29 abr 2009

Cinco Balas

Bueno, después de pasar un pequeño bache de inspiración (en el cual sigo, aunque digan que no hee scrito otro pequeño relato, ya que el de ''despertar eterno'' no me gusto mucho. Este se titulo ''cinco balas'' y lo escribí a partir de una noticia que leí hace un tiempo en la que un hobmre amtaba a su mujer porque mantenía relaciones sexuales con un amante.

Bueno, se la dedico a todos aquellos que sufrir de esto mismo, o sencillamente para quien les entra el morbo de saber que piensa la persona.
Con todos ustedes '' Cinco Balas''

Es extraño pensar que, cuando tienes un arma en la mano, te crees Dios. La vida de la persona depende de un pequeño gatillo... o de tu vanidad, depende de la situación. En mi caso, de la vanidad.

Llevaba meses sospechando de que mi mujer se acostaba con otro hombre y que ese hombre resultó ser mi mejor amigo. Parece la típica historia en el que el marido se vuelve alcohólico y la mujer se larga con el vecino... Pero no es así.

Me remontaré algunos años atrás, para explicar bien la historia de mi vida.
Todo comenzó bajo el techo de un pajar, en el que yo y mi futura esposa yacíamos entre la paja uniéndonos en cuerpo y alma, satisfaciendo nuestra sed de erotismo y pasión. Por esa época el preservativo no se destilaba como el vino, así que un mes después vinieron los vómitos, mareos... Y la escopeta de su padre en mi nuca, diciéndome que me casaba con ella o me volaría la cabeza. Y claro, en un pueblo, donde la ley la tienen los habitantes, o hacías caso o sencillamente te mataban, no había más. Yo tenía dieciocho años y, obviamente, apreciaba mi vida tanto como ustedes, queridos lectores, la vuestra, así que acepté. En la iglesia del pueblo nos casamos, ella sonriente y con la barriga ya de seis meses, y yo sabiendo que acababa de perder toda mi adolescencia. El banquete espléndido, jamón de pueblo, el mejor vino de la cosecha y el buey asado mas grande de todos... yo seguía pensando en mi vida echada por la borda, mientras mi mujer reía con sus amigas y pensaba en el nombre del bebé.
Al octavo mes de estar en cinta, en el hospital de la ciudad más cercana, el niño nació muerto.
Aún después de cinco años desconozco el motivo de su muerte, no se si por asfixia o por que ya estaba muerto cuando se empezó a desarrollar, actualmente ni me importa.

Nos mudamos a la ciudad, a un piso alquilado de dos habitaciones donde vivíamos perfectamente, al principio. Aún estaba muy reciente la muerte del bebé así que hablabamos poco del tema y apenas hacíamos el amor. Por cierto, si os interesa, el niño se iva a llamar James, como su abuelo materno.
Conseguí un trabajo estable en una pequeña empresa, de contable, con un sueldo más o menos alto para la situación económica del país. Pero lo importante es que pagaba la casa, la comida y aún me sobraba para los caprichos de mi mujer.

Pasaron los años y mi vida se mantubo en un estado de trabajo, casa, casa, trabajo. La señora del hogar se pasaba noches ausentes y yo veía la tele, apenas sin preocuparme, por lo menos en esos momentos.

Un día, con las sospechas de que mi mejor amigo y compañero de trabajo se estaba acostando con mi querida esposa, compré un revólver 357 magnum, calibre americano con cinco cartuchos en el tambor. Aún me resulta gracioso lo fácil que es comprar un arma en este país, hasta me da vergüenza.

Las doce marcó en el reloj de mi muñeca, un viejo regalo de mi padre antes de morir, y subí las escaleras del bloque con el arma en la mano, tranquilo, sin ninguna preocupación en mí. Abrí silenciosamente la puerta y entré, cerrando tras de mi y dirigiéndome hacia el cuarto de invitados. Mi mujer era lista, esa habitación apenas se usaba y ahí podía hechar todo los polvos que quisiera, pero sus gemidos llegaban hasta la sala de estar. Avancé y abrí la puerta del cuarto con el mismo silencio con el que crucé la casa. Ella estaba a cuatro patas y mi mejor amigo detrás, dándole lo que yo hacía tiempo que no le daba a mi esposa, placer.
Levanté el revólver y le disparé, volándole un brazo al tipo. Su grito no fue comparable al de mi mujer, que se tapó y me pidió que no hiciera nada. No sirvió de mucho. Cuatro balas. Disparé de nuevo, esta vez dándole a la entrepierna al señor, volando prácticamente toda su parte baja del tronco. Tres balas. Sus gritos me perturbaban, perturbaban mi tranquilidad. Le volé la cabeza, quedandome con dos balas.
Me acerqué a la cama y mi mujer me suplicaba clemencia, compasión e incluso perdón por sus actos, pero ya no le hacía caso, solo a sus gemidos de antes y a sus gritos de ahora, que tanto me molestaban. Con ella fui algo más compasivo y le disparé a la cabeza directamente, matándola al instante. Una bala. Salí del cuarto y miré todo lo que había conseguido por el capricho de una mujer y la locura de su padre. Un piso, una tele, una cama, comida... Y mi vida desperdiciada.

Es extraño pensar que, cuando tienes un arma en la mano, te crees Dios, y de verdad lo crees.
Coloqué el cañón del arma en mi barbilla, pegada a la nuez para asegurarme de que la bala atravesaría toda mi cara. Si, te crees Dios... Se acabó. Aprieto el gatillo.
Cero balas.

Saludos mutantes desde Genosha.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hombre soy venezolano primera vez q paso x tu web, m gusto mucho la historia, muy descriptiva y dolorosa desde la perspectiva del protagonista bueno saludos